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Finales históricas: el milagro de Estambul

Considerada por muchos como la mejor e inigualable, la noche mágica que redefinió el significado de: You'll never walk alone.

Hay pocas cosas en el mundo que son tan contundentes, y que aún así no se alejan de la dualidad que parece estar presente en todo escenario: la vida y la muerte, por ejemplo. ¿Y qué tan contundente y tan mortal que terminar el primer tiempo de una final de Champions League ganando por 3-0? En una situación así, nada más que un milagro podría revertir el resultado.

Un día como hoy, 25 de mayo pero del 2005, se jugó la que es cosiderada por muchos como la mejor final en la historia de la Champions League, codo a codo con la de 1999 y la agónica remontada del Manchester United en el Camp Nou. La edición número 50 de la Champions, tuvo lugar en el Estadio Olímpico Atatürk de Estambul, en Turquía, cuyos protagonistas fueron el AC Milán de Italia y el Liverpool FC de Inglaterra.

El equipo italiano empezó ganando apenas en el primer minuto con la anotación de l´eterno capitano Paolo Maldini, un balde de agua fría para el equipo inglés que luego sería víctima del doblete del argentino Hernán Crespo, al minuto 39 y luego al 44.

Con esta contundencia en el marcador y también en el juego, el Milán tenía amarrado su séptimo campeonato europeo, en el camino de la dualidad escogieron ser mortales, contundentemente mortales, pero el Liverpool se quedó con la otra parte: la vida… y se aferraron contundentemente a ella como el milagro que es.

Con muchas caras largas en la grada y algunos aficionados cantando You´ll never walk alone, el conjunto de Merseyside salió al segundo tiempo a tomar riesgos y aprovecharse de la confianza del Milán. Al 54, el gol de cabeza de Steven Gerrard empezó a iluminar la ruta épica de la remontada, cuya materialización se fue dando cada vez más con el gol de Vladimir Smicer al 56 y el de Xabi Alonso, de penal, al 61.

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Los 90 minutos, más la media hora de los tiempos extra, llegaron a su fin. El Liverpool había conseguido lo que hacía una hora y cuarto parecía imposible, pero faltaba la parte definitoria: los penales.

La motivación y el momento anímico de los jugadores responsables del cobro lo era todo, y era claro quién llegaba mejor por cómo se habían dado las cosas.

Serginho y Andrea Pirlo fallaron los primeros dos penales para el Milán mientras Dietmar Hamann y Djibril Cissé anotaron para el Liverpool, la suerte ya estaba echada. Tomasson y Kaká anotaron pero Smicer mantuvo la ventaja de los ingleses después del fallo de Riise, llegaba el duelo final: el arquero Jerzy Dudek contra el goleador Andriy Shevchenko.

Minutos antes, en el 118, Shevchenko pudo rescatar la final y poner un lapidario 4-3, cuando cabeceó picado el balón que había centrado Serginho y que Dudek supo tapar pero dejó el rebote, el ucraniano fue tras el balón y remató a quemarropa prácticamente en la línea de meta, pero la mano salvadora del polaco, aún hoy de manera casi inexplicable, evitó el gol. Mientras Shevchenko se tomaba incrédulo la cabeza, Dudek sonreía y afirmaba con la cabeza, “esto no nos lo quita nadie” era con seguridad lo que pensaba.

En el duelo de los once pasos, de seguro que ese recuerdo vino a la mente de ambos, después de haber tapado eso, un penal parecía cosa fácil, y lo fué. Sheva tiró con poca confianza al centro y Dudek tapó con el pie y una pequeña acrobacia. ¡El Milagro de Estambul estaba hecho!

Así, en medio del inspirado canto epopéyico de los aficionados, el Liverpool levantó el trofeo de la Champions luego de ganar una final de la mejor manera posible: con esperanza, y sobre todo, con contundencia.

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Luis Estrada

Cronista. Pienso luego escribo.
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